“La palabra virtud ha muerto, o al menos está muriendo. No se pronuncia casi nunca…no la he oído sino muy rara vez, y siempre en tono irónico”
Paul Valery
“La virtud del hombre será también el modo de ser por el cual el hombre se hace bueno y por el cual realiza bien su función propia”
Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1106a
Durante varios siglos, los filósofos morales se ocuparon en encontrar principios, para establecer reglas que guiaran la conducta, centrándose más en los actos humanos que en los individuos, o sea en qué es lo que se debe hacer en lugar de qué clase de persona hay que ser.
Para Aristóteles y buena parte de otros filósofos griegos, ser bueno, o ser capaz de conocer qué es lo correcto y lo incorrecto, no se trata de la aplicación de reglas y principios morales, sino de llegar a tener la sabiduría necesaria, mediante determinadas prácticas, para lograr comportarse en forma correcta en cada circunstancia, o sea, tener la clase de disposición natural y aprendida, y de carácter correctos.
Estas disposiciones son virtudes que los griegos consideraban el mayor bien del hombre que hace posible una vida venturosa y exitosa.
Para los filósofos griegos, existen cuatro virtudes fundamentales: el coraje, la justicia, la templanza (autodominio) y la inteligencia o sabiduría práctica; o sea, que tanto para Platón como para Aristóteles, la doctrina más importante es la denominada unidad de las virtudes.
Una persona buena sabe conducirse aún cuando diferentes virtudes entran en conflicto.
Para Aristóteles, el hombre bueno tiene la virtud de la magnanimidad, que significa grandeza de alma; y esta virtud es la que contiene a todas las demás.
El hombre con grandeza de alma es el arquetipo de la bondad y de la virtud. Es alguien que ayuda a los demás y que no pide nada para él, que tiene orgullo cabal y moderada humildad, que es digno de grandes cosas y se distingue en la sociedad.
Para Platón, todas las virtudes se reúnen en una sola y es el conocimiento; porque para
este filósofo es imposible saber lo que es mejor y hacer lo peor, ya que los actos de debilidad son el resultado de la ignorancia.
Aristóteles también coincidía en que no se puede actuar mal a sabiendas. Ambos filósofos compartían la idea de que el virtuoso actúa racionalmente y Aristóteles elabora la doctrina del justo medio sobre este tema
Lo importante no es saber qué es la virtud, sino cómo se conquista. Pues no nos conformamos con saber lo que son el valor y la justicia, sino que queremos ser valientes y justos. De la misma manera, queremos estar sanos más que saber en qué consiste la salud.
Para ser bueno no basta querer. Tampoco basta saber. Si no se realizan muchos actos buenos, nadie tiene la menor probabilidad de llegar a ser bueno. Los que se dedican a teorizar sobre el bien se parecen al enfermo que escucha atentamente al médico y luego no hace nada de lo que le prescribe. Y así, éste no curará su cuerpo con la Medicina, y aquellos no sanarán su espíritu con la Filosofía.
Si la conducta no necesitase de la educación y la costumbre, no habría ninguna necesidad de maestros, pues todos seríamos buenos o malos de nacimiento. Pero lo cierto es que la repetición de los mismos actos es imprescindible para alcanzar la virtud, pues es nuestra actuación habitual en los negocios lo que nos hace justos o injustos, y nuestra actitud ante el peligro lo que nos hace valientes o cobardes. Lo mismo ocurre con los placeres y la forma de ser: unos se vuelven moderados y apacibles, y otros desenfrenados e iracundos, según se hayan comportado de forma habitual.
Las virtudes son excelencias (aretai) con un carácter teleológico, toda vez que hacen que las cosas cumplan bien su función (el cuchillo cortar, el ojo ver) y así las hacen buenas.
“Lo que hay que aprender antes de que pueda hacerse, lo aprendemos haciéndolo; por ejemplo nos hacemos constructores haciendo casas... De un modo semejante, practicando la justicia nos hacemos justos; practicando la moderación nos hacemos moderados y practicando la fortaleza, fuertes”
Las virtudes hablan de la vida moral como un camino a la cima, como una búsqueda de la excelencia. Por eso son potencia que humaniza, potencia que eleva. Aunque no siempre podamos vivir en la cima, las virtudes son como un cielo abierto para seguir la luz de las estrellas, una guía moral para vivir entre las muchas simas de la existencia. Las virtudes nos hablan de progreso en la vida moral, de no estar parados pues estar quietos en la vida moral supone retroceder.
Las virtudes son actitudes y hábitos del corazón. Los seres humanos somos excelentes por nuestra razón pero también deberíamos distinguirnos por nuestro deseo y afecto. La excelencia del corazón nos hacen más dignos. Las virtudes se concentran en la disposición profunda del sujeto, la calidad de sus sentimientos y de sus comportamientos. Por eso, las virtudes suponen un ejercicio, una búsqueda que suspende la inmediatez de la vida para cuidar al sujeto. Se suspende la confrontación con la realidad objetiva de la vida para concentrarse en el agente mismo, sus pensamientos e imaginaciones, sus modos de sentir más que modos de hacer.
Las virtudes son prácticas de mejora que nos ayudan en nuestro camino. No son ideas
sino prácticas que constituyen lo que somos. El tiempo y la virtud son los que hacen duraderos y posibles los cambios. Por eso hasta que no nos convencemos de la fuerza que tienen las costumbres arraigadas, no dejamos de hacer promesas irrealizables y tomar resoluciones imposibles de llevar a la práctica. Los cambios son lentos y difíciles (fumar, beber, baja autoestima, culpabilidad neurótica, maltrato o compulsión sexual) pues las decisionesopciones que no están hondamente enraizadas tienen corta vida. El camino al cambio es personal y, por este motivo, es esencial encontrar “las prácticas de mejora” que ayudan a cada uno en el crecimiento moral desde su realidad. Las virtudes, en definitiva, nos mantienen vigilantes contra la creencia que no tenemos que mejorar. Las virtudes nos alientan a plantearnos metas positivas y no listas de fracasos.
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